CALCETINES
CON DEDOS Y CHOCOLATE PICANTE.
“Voy
a subir un punto la calefacción, para nada quiero que se sienta frío en casa.
Aún falta media hora, pondré el agua a hervir y prepararé la bandeja con la
tetera y los vasos. Me pondré cómoda. El chándal verde y los calcetines de
dedos, que son bien calentitos.”
Me
entretuve mirando las rayas de colores de mis calcetines de dedos, roja, verde,
gris con brillantina, un dedo azul, otro lila, otro naranja. Estaba nerviosa
por la cita que, si era puntual aparecería a las cuatro, y aquel arco iris en
mis pies me hipnotizó por unos segundos, colorista, y me evadió de ese
nerviosismo.
La
semana anterior me regaló la caja y un día entre semana estuvimos tomando algo y
charlando. Me habló de él: sus gustos, la escritura, sus poemas, está enamorado
de los Pirineos, de cuando niño, cuando
adolescente…
¿Qué
quiso decirme en aquel despliegue de confesiones? o ¿solo fue un fino trabajo
de narcisismo? Yo en mi papel de aprendiz de bruja, le regalé un trozo de
estalactita, envuelta toscamente en un pañuelo de papel. Somos dos cabras de
enero, de días consecutivos, nos gustan las piedras, más con forma de montaña,
hay una palabra importante en nuestras vidas (sobre todo en la suya), control.
Nuestras madres, desconocidas entre ellas, Amparo, nos “amparan” a ambos. Me
regaló parte de su alma en una caja y…son mi debilidad, además de un lugar
donde se pueden esconder pedacitos de uno, en conserva. El chocolate nos gusta,
hasta lo pecaminoso. Las cuatro. Un timbre. No me da tiempo a enviar el
ascensor privativo. Está en la puerta y le invito a entrar.
-¡Ven,
sígueme! la sala al fondo del pasillo.-
-¡Qué
cómodo el sofá!- dijo.
-¿Un
té con canela?- Respuesta afirmativa, el aroma a canela llena la estancia. Degustamos
el té sorbito a sorbito. Aparece una caja negra con ocho trufas de diferentes
sabores, dos a dos. Las recubiertas con un imperceptible polvillo rojizo son
picantes. ¡Qué explosión! Las tomamos de la boca del otro. Lamidas. Exquisitez
digna de… ¿diosas? Diosas.
Las
cuatro y veintidós segundos, ¿otro timbre? Entreabro los ojos con dificultad,
apago la alarma machacona que me retrotrae a algo gustoso. Un hilillo de baba
me ha surcado el carrillo, que me limpio para afrontar el turno.
Me
desperezo, me atuso el uniforme, me llevo puesta la sonrisa que me queda de ese
sueño casi real y pienso: “a las pacientes les vendrá bien…” tuerzo por el
pasillo de la cuarta planta. Oncología.
ëFINë
Daniela Bartolomé