Mirador de Artxanda, foto de la red |
Artxanda no vestía hoy el manto de mayo, de aquél mayo.
Hoy era cielo gris, brumoso, y las ramas desnudas de los árboles
tiritaban de frío, imperceptiblemente trémulas.
Un ratón deambulaba la escalera de piedra, perdido, adormilado,
buscando un hueco caliente bajo tierra donde recuperar el aliento.
Lo he mirado sonriente, placentera y sin prisa por cobijarme de él.
Si se hubiera dejado coger por mi guante con mano, hubiera
compartido mi hojaldre con él, pero no, le urgía huir, huir;
yo en esta huída no he llegado hasta el banco aquel, ni a aquella
mesa, que se nombró muralla separando mi cuerpo de tu cuerpo,
la escalaron las ganas, las frutas en sazón, el sol en tibios rayos,
y comer de mi boca con tus ojillos ciegos, escondidos, dejando
que el placer inundara el mantel, las servilletas, mi ropa, mi esqueleto...
Apoyé mi volumen en tu cuerpo templado y nos arrebujamos
bajo el sol constelado, yo no creyente, tú enarbolado, y pasó
el verdor de la tarde soleada, los pasos hacia el reino de Oz,
giraba todo a su libre albedrío, pero nosotros quietos emanado
calor, me llamó tu vaguada secreta, a gritos, antes del adiós,
noté... Un segundo infinito rojo, amarillo y verde, y, se esfumó.
Daniela
No hay comentarios:
Publicar un comentario